La cuarta edición de los Juegos Olímpicos de la era moderna se disputó en Inglaterra y contó con la presencia de un argentino, Héctor Torromé, quien finalizó séptimo en patinaje artístico sobre hielo
El esgrimista Francisco Camet, en París 1900, había sido el primer representante olímpico nacional
Por Fernando Posadas/Dpto. de Prensa – Secretaría de Deporte de la Nación
La noticia deportiva argentina más destacada de 1908 -y que con el paso del tiempo cobra cada vez mayor peso histórico- puede resumirse en una línea: “El Rey del té” alcanzó el séptimo puesto en el patinaje artístico sobre hielo de los Juegos Olímpicos de Londres.

El pastelero italiano Dorando Pietri cruzó primero la meta en el maratón, pero fue descalificado por haber recibido la ayuda de un juez y del entonces periodista Arthur Conan Doyle, creador del famoso personaje Sherlock Holmes. (Foto: “Gran Libro de las Olimpíadas”).
Conocido con ese apodo debido a su oficio (importador de esa infusión), el argentino residente en Inglaterra Héctor Torromé fue autorizado a representar a su madre patria a pesar de haber logrado la clasificación defendiendo a la bandera británica. Así se convirtió en el segundo deportista olímpico nacional, después del esgrimista Francisco Camet, quien en París 1900 fue quinto en espada individual.
A la distancia resulta extraño que un deporte considerado de invierno figurara en el programa de verano, sin embargo el Comité Olímpico Argentino (COA) encontró como probable explicación de esta inclusión el fanatismo por esta disciplina de la Duquesa de Bedford, dueña del Club Prince’s Skating, que “ofrecía su pista de 62 x 16 metros abierta durante 10 horas al día exclusivamente para que destacados patinadores pudieran llevar a cabo prácticas competitivas”.
El COA consigna que se llevaron a cabo pruebas de figuras (en caballeros y damas), parejas, especial figura y estilo libre. Torromé obtuvo un meritorio séptimo puesto en la prueba de figuras, en la que tuvo que enfrentar a patinadores de la talla del sueco Ulrich Salchow, 7 veces campeón del mundo, el alemán H. Burger y N. Panin, considerado el mejor exponente de la escuela rusa. Faltaban 16 años para que Argentina compitiera con una delegación oficial en los Juegos Olímpicos.
De Roma a Londres
Los Juegos Olímpicos de Londres 1908 originalmente se iban a disputar en Roma. Sin embargo, la erupción del volcán Vesubio muy cerca de Nápoles dos años antes provocó el cambio de sede. Entonces la cuarta edición en la era moderna de esta competición se llevó a cabo en suelo británico entre el 27 de abril y el 31 de octubre y contó con la participación de 22 países (alrededor de 2.000 competidores, apenas un 2% de mujeres) en 24 deportes: atletismo, bote motorizado, boxeo, ciclismo, esgrima, fútbol, gimnasia, hockey, jeu de paume, lacrosse, lucha, natación, patinaje sobre hielo, polo, raquetas, remo, rugby, saltos, tira y afloja, tenis, tiro, tiro con arco, vela y waterpolo.
La ceremonia inaugural se llevó a cabo el 13 de julio y fue encabezada por el rey Eduardo VII de Gran Bretaña ante 60.000 espectadores. No hubo encendido del fuego olímpico (esa tradición comenzó en Amsterdam 1928), pero sí se desarrolló el primer desfile olímpico de delegaciones. “Lo importante en la vida no es el triunfo, sino el combate. Lo esencial no es haber vencido, sino haber luchado bien. Difundir estos preceptos es preparar una humanidad más valiente, más fuerte y, sin embargo, más cuidadosa y generosa”, expresó el Barón Pierre de Coubertin, por entonces Presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), durante el banquete ofrecido por el rey a los organizadores de Londres 1908.
El pastelero maratonista y una de Sherlock Holmes
En el maratón de Londres se corrió por primera vez en la distancia reglamentaria (42,195 metros). 56 atletas partieron desde el castillo de Windsor y un infrecuente calor obligó a abandonar a 29. Dorando Pietri, un pastelero italiano de contextura pequeña que venía de ganar los 30 kilómetros de París, tomó la punta en el km. 36: “Animado por el fervor del público, Pietri aceleró paulatinamente su ritmo, sin calcular bien las distancias, y cuando entraba en el enfervorecido estadio, tomó la dirección contraria”, relata el libro “Gran historia de las Olimpíadas y los deportes”.
Y concluye: “Totalmente extenuado, con la cabeza colgando hacia atrás y caminando como un autómata, Pietri se acerca a duras penas a la meta, pero a falta de 70 metros cae al suelo. Dos jueces le ayudan a levantarse antes de que a falta de 20 m. vuelva a caerse. Allí, otro juez y el entonces periodista Arthur Conan Doyle, creador del famoso personaje Sherlock Holmes, le arrastran hasta la línea de llegada, que el desfallecido Pietri cruza 30 segundos antes que el estadounidense John Hayes, de 19 años. Obviamente descalificado por la ayuda recibida, Dorando Pietri se convirtió, sin embargo, en el vencedor moral del maratón, y su gesta, imborrable ya en el recuerdo olímpico, le valió tantos honores como si hubiera triunfado”.
Curiosidades del atletismo, la natación y el Titanic
En los Juegos de 1908 ocurrió por única vez en la historia que un atleta se coronó campeón corriendo en solitario: el británico Wyndham Halswelle en la final de los 400 metros no tuvo rivales porque los estadounidenses Taylor y Robbins no se presentaron en solidaridad con su compatriota Carpenter, quien había sido descalificado el día anterior. Otra curiosidad se produjo en los relevos: en lugar de pasarle un testigo al relevista siguiente sólo se lo tocaba.
Por otra parte, la llamada “Piscina del Imperio” fue la primera pileta cubierta de la historia -no sólo de los Juegos Olímpicos-. Ubicada en la ciudad de Wembley, sus tribunas tenían una capacidad para 8.000 espectadores. Como su longitud superaba los 50 metros reglamentarios, la acortaron con una plataforma de madera, donde se colocaron los jueces y las autoridades de los Juegos.
En tanto que el británico John Jacob Astor, quien participó en las pruebas de raqueta, iba a ser noticia cuatro años más tarde al convertirse en uno de los sobrevivientes al hundimiento del Titanic. Astor no fue el único deportista olímpico en ese barco. También estuvieron el británico Sir Cosmo Duff Gordon, esgrimista en los Juegos “interinos” Atenas 1906 (se disputó esa única edición sin demasiada envergadura, pero sirvió para afianzar a un joven movimiento olímpico), y el norteamericano Richard Williams, tenista en Paris 1924.

Cartel del estadio olímpico Shepherd`s Bush. (Foto: Revista Olímpica).
Reporte oficial
“Los Juegos de 1908 pueden tomarse como un símbolo del progreso realizado durante sólo 12 años en los ideales organizados por el Barón Pierre de Coubertin y el COI que preside. Este balance no se debe sólo a los atletas que contribuyeron directamente a su éxito, ni sólo a los visitantes de tantos países que nos honraron con su presencia, sino también a los espectadores presentes en el estadio”, afirma el reporte oficial de aquellos Juegos que tuvieron como figura al estadounidense Melvin Sheppard (tres oros en atletismo: 800 metros, 1.500 m. y la posta de 200x200x400x800 m., en la que corrió la última etapa) y finalizaron con Gran Bretaña en la cima del medallero general (56 oros, 51 platas y 38 bronces). Le siguieron Estados Unidos (23, 12 y 12) y Suecia (8, 6 y 11).
El “Gran Libro de las Olimpíadas” analiza el valor de estos Juegos: “Entre los intereses nacionales de Estados Unidos, la indiferencia europea por participar en Saint Louis 1904 y dos exposiciones universales en las que los deportes eran un mero espectáculo (la de París 1900 y la Feria Internacional celebrada cuatro años más tarde), los Juegos Olímpicos corrieron el riesgo de desaparecer o convertirse en una justa extraviada entre tantas otras. En esta etapa crítica, Londres 1908 tuvo un papel de excepcional importancia. Fue en aquella edición cuando los Juegos cobraron muchos de los rasgos que conservan hasta el presente: reglamentos estrictos, instalaciones especiales, una base de participación más amplia y la suma de esfuerzos entre el gobierno y la iniciativa privada de las naciones participantes en el evento”.
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